Pudo más la obsesión que observo en un singular personaje de sobrenombre “Paxton”, que mi resistencia a ver lo que una mente perturbada (y claramente no irreal) pudo imaginar y que plasmó inquietantemente en la pantalla Eli Roth en esa película llamada Hostal y que por fin –después de muchos pretextos y barreras autoimpuestas- terminé viendo.
Desde su estreno, me había estado resistiendo a verla. Leer que había desmayos, gente vomitando y saliéndose del cine no me provocaron mayor deseo de pararme en las salas, ni me movieron el morbo, ni nada. Salió en DVD y tampoco me llamó la atención rentarla. Y es que mi justificación iba porque después de haber visto Audition de Takashi Miike ó hasta esa barbaridad (que a muchos no incomoda y agrada) llamada Saw (James Wan, 2004), pensé que el cine no tenía ya nada que ofrecerme en ese género; claro, hablando de ejemplos recientes porque si nos remitimos a Tobe Hooper y su Texas Chain Saw Massacre, pasando por todo la filmografía existente de asesinos seriales y gore al por mayor, el antecedente se incrementa y en consecuencia encontrar algo nuevo bajo el sol es tarea casi imposible.
Pero ver tanta devoción en el blog “Paxton at the Movies” hacia la cinta de Roth (el director) causó que en una ida a Costco (y en paquete doble aderezado con ‘El Exorcismo de Emily Rose’, 2005) la comprara y que terminara viéndola en fin de semana acompañado de la familia comiendo ‘palomitas de maíz’, que incluía entre otras sagradas figuras, a mi madre sentada en primera fila lo cuál me preocupaba bastante pues si hay algo que a mi progenitora le disgusta sobremanera son las escenas de sexo (siempre termina diciendo: “sí claro, si eso les gusta ver, ¡les fascina!”), ensangrentados y por supuesto, las cosas de ciencia ficción y/o fantasía pues piensa que le quieren tomar el pelo jeje. El caso es que a la par de la preocupación por tener tan amplio y heterogéneo público sentía una especie de ansiedad por esperar que la experiencia no terminara en un tremendo fiasco churrero que me hiciera suspender la función a la mitad de la cinta ó antes.
Lo interesante del asunto es que aunque uno siente que la anécdota ya está más que contada, la experiencia se vuelve mórbidamente ‘atrapante’ y pasada la primera media hora casi no hay momento de respiro, lo cuál me parece sumamente meritorio. La historia, que obviamente ustedes ya conocen porque seguramente vieron en su momento la película, es sobre tres jóvenes norteamericanos (bueno dos, pero se agrega un tercero) que viajan a Europa en plan de placer y claro, a la búsqueda de experiencias sexuales que hagan que valga la pena el viajecito. Pero se topan con una organización que se dedica a vender la posibilidad de torturar a los incautos que llegan a caer en sus redes, cobrando por ello cantidades estratosféricas a algunos millonarios que por lo visto ya no tienen en que gastar su dinero y que quieren experimentar emociones nuevas aunque para ello le provoquen el más terrible de los sufrimientos y la muerte a las víctimas, que usualmente son extranjeros a los que muy difícilmente alguien buscará.
Desde su estreno, me había estado resistiendo a verla. Leer que había desmayos, gente vomitando y saliéndose del cine no me provocaron mayor deseo de pararme en las salas, ni me movieron el morbo, ni nada. Salió en DVD y tampoco me llamó la atención rentarla. Y es que mi justificación iba porque después de haber visto Audition de Takashi Miike ó hasta esa barbaridad (que a muchos no incomoda y agrada) llamada Saw (James Wan, 2004), pensé que el cine no tenía ya nada que ofrecerme en ese género; claro, hablando de ejemplos recientes porque si nos remitimos a Tobe Hooper y su Texas Chain Saw Massacre, pasando por todo la filmografía existente de asesinos seriales y gore al por mayor, el antecedente se incrementa y en consecuencia encontrar algo nuevo bajo el sol es tarea casi imposible.
Pero ver tanta devoción en el blog “Paxton at the Movies” hacia la cinta de Roth (el director) causó que en una ida a Costco (y en paquete doble aderezado con ‘El Exorcismo de Emily Rose’, 2005) la comprara y que terminara viéndola en fin de semana acompañado de la familia comiendo ‘palomitas de maíz’, que incluía entre otras sagradas figuras, a mi madre sentada en primera fila lo cuál me preocupaba bastante pues si hay algo que a mi progenitora le disgusta sobremanera son las escenas de sexo (siempre termina diciendo: “sí claro, si eso les gusta ver, ¡les fascina!”), ensangrentados y por supuesto, las cosas de ciencia ficción y/o fantasía pues piensa que le quieren tomar el pelo jeje. El caso es que a la par de la preocupación por tener tan amplio y heterogéneo público sentía una especie de ansiedad por esperar que la experiencia no terminara en un tremendo fiasco churrero que me hiciera suspender la función a la mitad de la cinta ó antes.
Lo interesante del asunto es que aunque uno siente que la anécdota ya está más que contada, la experiencia se vuelve mórbidamente ‘atrapante’ y pasada la primera media hora casi no hay momento de respiro, lo cuál me parece sumamente meritorio. La historia, que obviamente ustedes ya conocen porque seguramente vieron en su momento la película, es sobre tres jóvenes norteamericanos (bueno dos, pero se agrega un tercero) que viajan a Europa en plan de placer y claro, a la búsqueda de experiencias sexuales que hagan que valga la pena el viajecito. Pero se topan con una organización que se dedica a vender la posibilidad de torturar a los incautos que llegan a caer en sus redes, cobrando por ello cantidades estratosféricas a algunos millonarios que por lo visto ya no tienen en que gastar su dinero y que quieren experimentar emociones nuevas aunque para ello le provoquen el más terrible de los sufrimientos y la muerte a las víctimas, que usualmente son extranjeros a los que muy difícilmente alguien buscará.
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Reconozcamos que más allá de los méritos cinematográficos de la cinta (que tampoco son tantos y más bien yo diría que es una cinta regular), su efectividad radica en todo lo que puede generar en los espectadores. Los que veíamos Hostal en casa, pasamos del estupor inicial que da la inquietud de saber que lo se verá nos escandalizará en determinado momento (es decir: ¡a ver a que hora!) a las expresiones de sorpresa, agobio y gritos de “¡ay dios mío!” (algunos lo decíamos en inglés por aquello de practicarlo jiji) cuando empezaban las torturas, los bisturizasos a los pies, taladrazos, machetazos y balazos.
Porque obviamente que el morbo de toda la concurrencia estaba presente y fue entonces cuando comprendí qué era lo que provocaba ese fanatismo de mi cuate Paxton: un carnicero destazando cuerpos en un cuartucho con singular alegría que hace recordar a Mónica Cervera en una secuencia de 'El Crimen Ferpecto' de Alex de la Iglesia ó al carnicero creación de Jeunet y Caro en la francesa ‘Delicatessen’ (1991), mutilados, dedos que una víctima (el tal Paxton, que no es más que el personaje héroe de la cinta) intenta recuperar del suelo sin que lo vean, y sangre, mucha sangre regada por todos lados (cuál “El Descenso” de Neil Marshall), todo con un aire de fascinación desagradable (sic) ante la que uno no puede permanecer inmóvil.
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Pero más allá del asunto sangriento, grande fue mi sorpresa al ver reacciones de mi hermana o de mi madre gritando cosas como: “Uy, yo le hubiese dado otro mazaso en la cabeza a ese desgraciado” WTF!! Ó “¡¡¡si, sí, que le corte la cabeza o ya que le dispare!!!” y que me cae de nuevo el veinte: Hostal tiene cualidades catárticas, la sensibilidad de los espectadores se pone al límite y puede, en determinado momento, provocar estas expresiones liberadoras de deseos (obviamente irreales) tan profundos cuando se observa como esos seres de mente retorcida reciben su castigo.
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Finalmente la experiencia (que no es para nada ‘familiar’ como lo sugiere el título del post) es bastante buena pues aunque Hostal no ofrece nada nuevo en el género es increíble como una cinta de este calibre puede liberar cosas que seguramente no diríamos en la vida real y en nuestros cinco sentidos… ¿o sí?
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