21 mayo 2009

EL ruido, ese ruido...


Ese ruido.
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Parece como el del motor de una licuadora pero muy, muy quedito. Apenas perceptible.

Lo he oído antes pero no me percataba. Es permanente. Eterno. No cesa.
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Volteo y veo mis manos. Las venas. Mis dedos que se mueven nerviosamente y mi vista se detiene en la textura de mi piel: rombos, redes, líneas y demás formas caprichosas.
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De pronto pareciera que una burbuja me envuelve y que el ruido exterior ha desaparecido, pero no el del motor que sigue ya más bien como sonido ambiental.
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Me siento como suspendido en el tiempo.
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Casi escucho mi respiración y percibo el movimiento de mis ojos.
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Veo hacia un ventanal y las ramas de un árbol se mueven cadenciosamente. Contínua e incansablemente.
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Volteo a ver si alguien me ha visto perdido en la ‘inconciencia’ pero no. Nadie.
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Y entonces, a manera de continuar el momento me pregunto: ¿así suena la vida…a ese motorcito distante?, ¿será acaso que he tenido un momento de lucidez y me he dado perfecta cuenta de que estoy vivo?
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(¿O me estoy volviendo loco?)