Dexter me llegó en una jaula procedente de Guadalajara. Este pequeño (de tres meses en las fotos) lo seleccioné como quién elige un artículo en un catálogo de revista. Antes, hice dos labores indispensables: Libré una batalla campal conmigo, mi familia y algunas amistades; segundo: me documenté hasta la saciedad sobre razas de perros.
Toda mi vida (creo que lo mencioné en el ya clásico Post No. 100) soñé con un perro inteligente, hermoso y preferentemente labrador o golden. Érase pues que yo me veía haciendo ejercicio, corriendo a la orilla del mar con el golden a un lado (visualicen por favor la secuencia en cámara lenta), lanzándole el frizzbee o si leía algún libro, él echado a mis pies. Pero uno tiene que aterrizar esos sueños y empezar a contemplar muchos otros contratiempos, en mi caso: el espacio en casa era fundamental. Es bien cierto que me cambié a una casa más grande que el departamento que habitaba pero aún así el patio trasero es más bien pequeño y en la fachada no hay cerca que pueda contener a un animal de estos.
Así las cosas, empecé a pensar en una raza pequeña, alguno que pudiese tener en el interior de mi nuevo hogar. Esta situación me disgustaba tremendamente pues los perros pequeños me inspiran lo que Jeff Bridges en cualquiera de sus películas: NADA.
Me dije: no me importa limpiar gracias, no me importa bañarlo, no me importa gastar en el veterinario cuando se me enferme y menos comprarle su alimento para que crezca chulo de bonito. Mientras mentalizaba todos estos compromisos, descarté tristemente la idea de una raza grande y empecé a indagar razas pequeñas. Me dije nuevamente: no chihuahueños (no me gustan nadita), no peludos (eso de tener pelos en tu plato de comida me sonaba contrastantemente descabellado) no schnauzers (son demasiado hiperactivos) y no caras feas (pugs y anexas). Las posibilidades se redujeron tremendamente y no daba con ninguna raza en particular que realmente me emocionara.
En una caminata mañanera por el fraccionamiento donde vivo, vi echado un animalito muy bonito en un balcón vecino que tenía la mirada fija y no se movía ni un ápice. Parecía un peluche y se me hizo lo más hermoso que había visto en mucho tiempo. Largas orejas que le llegaban al suelo, tres colores vivos (negro, blanco y café) y una mirada tierna y aspecto sereno. Me encantó. Corrí a internet y di con la raza…era un beagle.
Leí todas sus características, busqué las que más me interesaban: inteligencia y tamaño. Desafortunadamente los beagles no tienen la inteligencia de un labrador pero el tamaño que llegan a tener en su edad adulta era adecuado para lo que tenía en mente. Y aunque tienen muchas cualidades para tenerlos en casa, nadie jamás me dijo que son tremendamente traviesos.
Pero decía yo que libré una batalla campal antes de conseguir a Dexter. Mi familia, especialmente mis dos hermanas me dijeron todos los inconvenientes de tener un perro: “¡no sabes lo que haces!, ¿qué vas a hacer cuando tengas que viajar?, ¡va a estar solo todo el día, pobrecito!", etc., etc. Pero yo ya estaba preparado para todo y finalmente pude conseguirlo.
Hoy ya tiene casi cuatro meses. Ha estado enfermo (cambios de temperatura que le han afectado) me han traído de gasto en gasto con los médicos y por mis ocupaciones (mi mayor preocupación) pasa la mayor parte del tiempo solito. Tuve que suspenderle (por instrucción médica) los paseos nocturnos pues el clima que impera en Cancún no lo estaba ayudando a mejorar pero lo que me tiene con el Jesús en la boca es llegar a mi casa cada vez que salgo pues lo que puedo llegar a encontrarme son verdaderos cuadros dantescos: el bote de la basura con su contenido por todo el lugar; pipí, popó y pasto (le dejo abierto el acceso al intento de jardín por aquello de que se acostumbre a “hacer” afuera) en los rincones más inverosímiles de la casa; todo el cableado de mis lámparas, equipo de cómputo y de sonido, hecho trizas; trapos -que nunca sé cómo consigue- deshilados; trapeadores y escobas mordisqueadas por todos lados; mis sillones sucios pues como ha crecido un poco, mientras no lo veo el señorito se sube a dormir en ellos; macetas artificiales totalmente deshojadas; su tazón de alimento lo agarra de pelota y su cunita (donde cuando quiere duerme) la toma… se la lleva al jardín (apenas puede con ella) y termina montándosela cuando nadie lo ve, a sus escasos –casi- 4 meses de edad.
Me causó mucha gracia ver el film ‘Marley y yo’ porque Dexter (nombre que le puse después de dudar muchísimo entre “Bruno” y “Darky”, previa investigación exhaustiva de qué nombres ponerle a un beagle -saludos Iván) presenta muchas de las características del perrito de la película. Es travieso hasta decir basta pero…lo quiero y se lo digo frecuentemente y aunque refunfuño mientras estoy trapeando diariamente lo que hace y deja de hacer, me hace una de fiestas cada vez que me ve, se me viene encima y me provoca sonoras carcajadas con todas sus tonterías.
Sólo cruzo los dedos para que el poco adiestramiento que le doy (cuando puedo) empiece a dar más frutos (ya he conseguido varias cosas), que se le pase la etapa en la que los dientes le provocan hacer tanto tiradero y que pueda considerarlo “un buen perro” al que por cierto, siempre que lo saco a pasear, me lo chulean con singular alegría lo cual me hace sentir como cualquier orgulloso padre.
Mi sobrino, mi hermana y...mi hijo
No tengo ningún plan de deshacerme de él. Por mucho tiempo estuve anhelando tener uno y sé que no hay ser más fiel que un perrito y la verdad es que me visualizo por muchos años teniéndolo a mi lado; después de todo es un ser vivo, indefenso y necesita de mucho cariño, tanto o más que yo.2