Dejo a mi acompañante en el lugar de la cita y me retiro más presuroso que presto a mi departamento. Paso a la tintorería, recojo ropa lavada y planchada que utilizo en la oficina y cargo con sendos paquetes hasta mi vivienda. ¿Qué más? Se trata de tener la mente ocupada, ya sé… mi ropa interior (esa que no se lleva a las lavanderías públicas), tengo un montón que lavar. Puedo también meterle mano a unas fotos que tomé a mi recién llegada sobrina (de 15 años) y mandarlas imprimir. Puedo, mientras las imprimen y se lava mi ropa, hacer tiempo en la zona hotelera y trotar un rato. Haré algunas ampliaciones y… (hay que ocupar la mente).
Me cambio, preparo las fotos en una memoria SD y me las llevo a conocido establecimiento en el que te las tienen listas en una hora. ‘Señorita…tengo cosa de tres minutos esperando que el centro de impresión lea mi tarjeta…es normal esto?’ – Pregunto impaciente. ´Mm, veo que es de 2 gigas su tarjeta, entonces creo que no la leerá’. Ultimamente he batallado mucho con Costco para que me impriman las fotos pues algo pasa con sus lectores de medios de almacenamiento que nomás no doy una. ‘Vaya usted al centro de copiado y pida que le descarguen en un CD sus fotos y me las trae’. Empiezo a pensar que esto no será bueno y efectivamente, sólo con ver la tarjeta el dependiente me dice que no, que el lector de las SD no funciona. 9 de la noche…así corriera a casa a descargarlas en otro medio, no podría llegar a tiempo para que me las tuvieran y entregaran impresas hoy mismo (le atinaron, soy impaciente). Hago de tripas corazón y decido irme a correr (no quiero estar solo en casa).
Llego al inicio de la zona hotelera. Los que conocen Cancún sabrán que hay un camellón (mejor llamado ciclopista) al lado de la Av. Kukulcan ideal para ir a correr. He estado suspendiendo continuamente esta práctica y los kilos comienzan a aparecer. Totalmente convencido de que la decisión fue la correcta (correr), comienzo a caminar muy rápido sin hacer calentamiento previo. No puedo más de 5 kilómetros. En el inter de la caminata, comienzo a trotar…tengo que hacerlo pues como que mi cabecita no registra que el hecho de no ver sudor suficiente no quiere necesariamente decir que no me estoy esforzando.
Pero troto. Mientras lo hago comienzan a invadirme un montón de pensamientos. Mi teoría de la relatividad. Estoy aquí como bien pude estar en otro lado. Decisiones que toma uno sin realmente percatarse. Pudiese estar con mi hermana charlando. Tomando un café en un Vip’s; viendo una película en casa; chateando... tratando de conocer gente. Tengo que… No puedo permanecer a la espera de que la persona llegue y toque a mi puerta, aún cuando eso deseara. Mi tenue intención de permanecer solo durante mucho tiempo, se tambalea profundamente cuando volteo a mi alrededor y noto el afán de alguien de convivir con alguien más. Continúo trotando y pienso que, mi yo interno está atrapado en un rostro que no corresponde. Pienso que si alguien notara mi interior real, se daría cuenta del nivel de persona que soy, esto no dicho en plan de vanidad, sino consciente de que soy sólo ‘buena onda’ y que estoy necesitado de cariño. Vuelvo a caminar rápido. Hace tiempo una amiga comentaba una frase que a mi me hacía reír mucho: ‘este cuate, nomás le dicen mi alma y ya quiere casa aparte’, realmente me carcajeaba pues siento que a veces así funciono (temo a mi impulsividad).
En esas estoy cuando retomo el trote. Apenas unos pasos y pierdo el equilibrio. Mientras caía no sabía que protegerme primero. Tiene tiempo que no me caigo así que pierde uno temporalmente la noción de qué es lo que hay que proteger primero. Pienso, mientras caigo, que mi jefe me contó alguna vez que metió las manos protegiéndose la cabeza. ‘Qué me importa lo demás, si lo que me da de comer es el cerebro’ me dijo. Y en esas iba cuando me percaté que el suelo estaba prácticamente frente a mi naríz. Ya no pude hacer nada. Mi barbilla y boca fueron directamente a parar al suelo sin una mano de protección. A lo lejos vi venir a una patinadora que vió toda la secuencia pero que al pasar junto a mi, hizo como que no me vió y se siguió de largo. Quise quedarme ahí tirado un rato, pero pensé en la gente que se acercaba y ya me desagradó la idea de la ayuda multitudinaria. Dios…imaginé que me había roto la naríz y la boca. Reviso mis manos y tengo sangre en los nudillos de la derecha. Mis rodillas con raspones ligeros. Me llevo las manos a la boca y veo un hilito de sangre en la palma de la mano. ‘Ya me desgracié (más)!’
Todavía me falta un kilómetro para llegar al auto. Camino rápido, adolorido. Temiendo verme fatal y con sangre por todos lados, trato de cubrirme sutilmente medio rostro con una mano mientras pasan personas a mi lado. Por fín, el auto…el espejo y bueno, si…era más el ardor del raspón que el drama de la sangre.
Respiración agitada…contenida. Enciendo el auto y me desplazo a casa. Escucho mensaje en el celular que pregunta donde ando para ir a cenar algo. Me contengo de contestar de inmediato pues la tristeza me invade sorpresivamente. Sin darme cuenta puse a Cranberries en el estéreo. Como masoquista en potencia, repito ‘Empty’ y comienzo a cantarla con una voz que me nace de las entrañas. Y comienzo a llorar.
‘Yo te quería (nombre)…’
‘No sabes cuánto te quería…’
‘Realmente te quería...’
Repito una y otra vez en voz alta viendo pasar autos a mi lado con gente desconocida que no me atrevo a mirar mientras sendos lagrimones me llenan la cara.
‘Me caí’ respondí en el celular. ‘No, nada grave…un poco de sangre y raspones, no te preocupes...’ Contesté. (Me duele más el alma)
Y me acordé de Meryl Streep en Las Horas, cuando todo se le junta y su desbaratamiento le llega en la cocina. Así me hubiese gustado tenerlo a mi.