Viernes 3 a.m. Me despierto con un dolor insoportable en la parte baja del abdómen, del lado derecho. Es tan insoportable que estoy doblado en mi cama, con escalofríos y apretando los dientes mientras me acomodo en posición fetal con las manos dobladas hacia mi estómago. Siento que, sin temor a exagerar, me estoy muriendo. Algo se reventó en mi interior y pienso que la vida se me escapa: “qué manera de morir” -pensé. Hay una convicción muy fuerte de que eso es lo que está ocurriendo y me percato que estoy solo, que de todas formas iba a pasar mucho tiempo solo y que de alguna forma la muerte no me estaba quitando gran cosa.
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Consigo dormir un par de horas después; del cansancio, supongo.
Despierto y aunque el dolor ha disminuido ligeramente decido no ir a trabajar. Me levanto con dificultades y me alisto para ir al médico. Éste me envía a exámenes: ultrasonido, orina, sangre. Los resultados infieren que hay algo que se lee como apendicitis, aunque no es del todo concluyente y siendo así “no hay más que operar y mientras antes sea, mejor” –me dice.
Por razones económicas, decido viajar a Valladolid ese mismo día. Un amigo que trabaja en el Hospital General me dice que ha dispuesto todo –dados los resultados- para que me intervengan llegando. Mi madre se muestra preocupada pues no hay nadie que me acompañe al viaje que pueda ayudarme manejando el vehículo durante las casi 2 horas de trayecto. 11 p.m. y mi hermana se ofrece a ir conmigo, al menos de copiloto “para que no te duermas” y la verdad, hizo bien.
Ha pasado una hora y mis ojos comienzan a ver doble en la autopista. Prendo la luz interior para que mis ojos tengan otra referencia y no solo la oscuridad de la noche que casi me obliga a estacionarme y dormitar. “Hermana, ¿tienes algo que pueda masticar? Me estoy durmiendo”. “No”, me dice ella. “Pero traigo un jugo, si quieres”. “dámelo” – le digo.
Ya en el hospital, me pasan a “Urgencias” y comienza el cuestionario previa entrega de resultados de los laboratorios. Me proporcionan la clásica e intimidante bata verde y mañosamente omito quitarme la ropa interior.
“No has ingerido alimento en las últimas horas, ¿verdad?” - cuestiona la doctora en turno que me recibe mientras teclea en una máquina de escribir. “No” –respondo. “Lo último que comí fue hace 12 horas y bueno, si acaso un jugo Del Valle hace una hora que tomé en el camino, pero nada más”. Volteo a ver a mi amigo que sigue con preocupación toda la investigación de la que estoy siendo sujeto. “Uy no, no eres sujeto de intervención por ese sólo hecho... tienes que venir con el estómago vacío” me dice la doc mientras confirma su versión con otro interno. Apenas puedo creerlo mientras mi amigo me recrimina “¡contras David, te dije que no tomaras nada, ya no podrán operarte!”
Más suero y ayunas para completar cerca de 20 horas en una cama pequeña (mis pies quedaban volando) en un área en la que empecé a ver de todo (‘Urgencias’-recuerdan?): accidentados, ensangrentados, ancianos, alcoholizados y familiares que apenas dormían en incómodas sillas mientras velaban por sus enfermos.
Aunado al jugo Del Valle surgió una nueva complicación que indicaba que algún ser superior no deseaba que me operaran ni por error: “Tienes sangre ‘O’ negativo, David…y no contamos con ese tipo en este momento en el hospital, no podemos operarte a menos que te transfiera a Mérida” –me decía con aire de preocupación mi médico mientras pienso que ese 'pequeño' detalle me lo debieron preguntar antes de intentar siquiera pensar en meterme a quirófano. “Pero estás mejorando y si tuvieses apendicitis estarías ahorita con fuertes dolores, vómito y fiebre y no los presentas… así que te dejaré nuevamente en observación” –concluyó.
Después de completadas cerca de 30 horas, exámenes rayos “X”, traslados en silla de ruedas (es decir, toda la faramalla completa), desvelos y hambre, me dieron de alta.
Ya en Cancún, me hice un nuevo ultrasonido mientras la doctora que lo realizaba reía al tiempo que me decía: “pero ni de chiste tienes apendicitis”. Otros análisis alternos determinaron que llevo años sin desparasitarme y eso aunado a una colitis aguda, estrés por Maestrías, trabajo y perro, me tumbaron.
No sé si aprendí algo de la experiencia; tal vez confirmé la cuestión de las verdaderas amistades que estuvieron al tanto de lo que me ocurría; tal vez que antes de entrar a una sala de operaciones, hay que checar una y otra vez lo que se tiene; tal vez que soy un tipo con suerte pues siempre me ando salvando de situaciones como ésta; tal vez que el mundo de la Salud es un negociazo; tal vez que los paramédicos realizan una de las labores más nobles de este mundo (casi se me salieron las lágrimas cuando llegó una madre con su hija -adolescente y con síndrome de Down- en camilla por un accidente automovilístico); tal vez que no tenemos la vida comprada y que puede terminar cuando uno menos se lo espera o tal vez, muy probablemente… que el nuevo y más efectivo tratamiento mundial anti-apendicitis es un jugo Del Valle enriquecido con vitamina 'C'.
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(…el caso es que al menos de momento, ¡estoy bien!)
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