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Destino: Fuerza o causa desconocida
y superior al género humano
que se supone controla
y dirige inexorablemente
todo lo que va a ocurrir, e incluso
la existencia de las personas
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Después de sesudas sesiones de pensamiento filosófico profundo (les digo que esto de venir al DF, afecta), he llegado a la conclusión de que no existe el destino. Me cae: No existe. Todo lo que hacemos, cuanto hacemos, decidimos y queremos, es un acto plenamente consciente y ejercido por nosotros mismos. Donde estamos, si escribo esto ahorita en el aeropuerto, si platico con mi ex por el messenger, si decido correr (no el caerme, que ahí más bien es un paso en falso, traición motora de mi obeso cuerpo) en la zona hotelera, dormirme temprano, estudiar una carrera, irme al cine, leer, ver una película, ir de visita a casa de mi madre ó hermana, ir a cenar algo con uno de mis mejores amigos, convocar a una reunión, hora y momento. En fin, todo es una serie interminable de decisiones que se toman momento a momento, algunas mejor pensadas que otras, algunas tomadas a la ligera, algunas acompañadas de sentimiento y emoción o carentes de ello; todo pues puede ser tan relativo e importante como uno lo considere ó le asigne prioridad.
Si acaso el destino existiese, éste estaría manipulado pero sobre todo determinado por otras personas. Si conduzco mi vehículo a determinada velocidad es una decisión tomada por mí, pero si alguien viene y choca conmigo, esa acción (consciente o no, que no destino) de la otra persona, afecta mi vida ó un momento de ella y probablemente esto es lo único que podría yo catalogar lejanamente como destino (pero ni así eh?).
Podría pensar que el destino determina el enamoramiento, pero ya ni ese sentimiento me suena susceptible de caer en ese término. Leyendo un ‘libro de recetas amorosas’ (saludos al sur del Sur), se me quedó muy grabado algo en lo que empiezo a coincidir: existe el verbo “amar” que en términos reales es una especie de esfuerzo continuo y consciente de dar lo mejor de nosotros a otra persona, de quererla y ver por su bienestar en todos los aspectos.
Ese libro decía: “Provoca el amar a la persona, aún cuando percibas que ya no sientes algo por ella, si trabajas con la idea fija de que sí lo es (la persona amada) y comienzas a modificar actitudes y tu forma de interactuar y tatuarlo en tu mente siempre de manera positiva y de buen ánimo, seguramente volverás a encontrarla atractiva y sin darte cuenta estarás ejerciendo el verbo AMAR” con lo que concluyo que como una acción plenamente consciente, se aleja irremediablemente de la palabra destino.
Aunque suene a fumada mental, rollo sin relevancia, en mi caso se convirtió en una especie de iluminación de proporciones monumentales (parecía yo Buda). Tal vez suene carente de romanticismo y algunos dirán: “pues sí, pero el hecho de haberte topado con ESA persona en esa esquina y en esa hora y con la que pasas ahora tu vida, es producto del destino” pero NO, porque al final pude no haber hecho nada por mucho que me gustase la persona, hacer caso omiso de la cosquilla y despedirme con un levantamiento de ceja y nada más. De hecho, siento que así me la he ido llevando estos últimos meses, haciendo NADA cada que detecto que alguien me mira de manera no usual (jiji).
Cosas como “el amor te llegará cuando menos lo esperes”, “tocará a tu puerta aun cuando no lo busques” me suenan totalmente ficticios. Ni madres, si uno no sostiene la mirada, o no cierras el ojo, ó no te levantas a saludar y decir buenas noches, olvídate de conseguir compañía sea de amistad, de una noche ó de pareja para toda la vida.
El caso es que somos entes individualistas (sic), que a veces caemos en lo que otros deciden por nosotros, por nuestras actividades, de hacerlas a un lado sólo por tratar de estar bien con algún ser querido, sacrificando muchas veces nuestros propios intereses (si es que hemos reparado en determinarlos, que esa es otra historia). El decidir (ejemplo) vivir en una ciudad determinada, el decir: aquí viviré y moriré es una decisión unilateral que uno toma y en el que el factor destino no se encuentra presente. Hay pues que decidir que hacer con nuestras vidas, hacia donde queremos ir, estar ó hacer; cosa nada sencilla porque para estas cuestiones estamos irremediablemente SOLOS y la idea es que ese conjunto de decisiones nos lleven en determinado momento a voltear atrás y decir: “creo que no lo hice nada mal” y no “el destino quiso que así fuera”, pues ahí corremos peligro latente de mediocridad.
Y bueno, hasta aquí DECIDO (como acto plenamente consciente carente de destinez –bonito palabro-) dejarle a mi bastante chafa, inconexa y poco coherente teoría de la relatividad.