(¡Lo que me faltaba!) Es curioso darse cuenta que, con el paso del tiempo y acumulando edad, surgen aditamentos a los que nos resistimos entrarle, ya sea por falta de interés, por desconocer sus bondades ó por considerarlos innecesarios. Algo así me ocurrió con el
Ipod, llegué bastante tarde a conocer esta maravilla de la tecnología y he de confesar que aún habiendo adquirido finalmente uno, no termino de conocerlo en toda su dimensión.
Contando con una media de 250 CDs en casa, seleccionar lo que me gustaba oír cada que subía al auto no era tarea fácil. Si adicionamos las dificultades de seleccionar una canción y el cambio de discos, el problema es aún mayor. A veces cargaba con discos que sólo había adquirido por un solo éxito (ya no hago esto, es un dineral tirado a la basura) y empecé a grabar en discos vírgenes, aquellas selecciones que más me gustaban. Pilas de CDs empezaron a aparecer en mi apartamento, sólo para ser desechados en cuanto me aburría de repetirlos hasta el cansancio. Ahí me di cuenta que el Ipod es verdaderamente, una maravilla.
Decidí comprarlo ya cuando salió el Ipod Video. Y como tengo tantos discos (no lo digo con orgullo, créanme) me dije: pues voy con el de 80 gb. ¡En la torre! ahora hay que destinar tiempo para bajar los discos a la laptop, seleccionar canciones y en el peor de los casos, organizar y titular temas que la base de datos del ITunes no reconociera. Una inversión de tiempo pavorosa. De los 80 Gb, a la fecha he utilizado una media de 5 (unas 1700 canciones). No acabo de cargar los demás CDs porque no tengo tiempo y no veo para cuando. Pasé una buena temporada de desvelos cargando los pocos discos que he podido, porque además, hay que aprender a usar el ITunes, que por si alguien desconoce el término todavía, es el programa a utilizar en la compu y fase intermedia entre el CD y el destino final: el Ipod.
Pero lo realmente interesante de todo esto son las cantidades estratosféricas de dinero que puede implicar tener un aparatito de estos: Hay en el mercado infinidad de accesorios, desde el cargador, el transmisor para el auto, la banda para sujetarlo y colgártelo en el brazo, el cable auxiliar, la funda de piel, de plástico ó metal, la cera para quitarle rayones, la película protectora de la caja, los audífonos (que yo debo comprarme unos especiales pues por defecto genético, uno de mis oídos-orejas no retiene debidamente el dispositivo), las bocinas por si quieres quitarte los audífonos (nada baratas por cierto), etc, etc.
A la par de todo esto, al Ipod hay que alimentarlo. Aparte del tiempo invertido descargando canciones vía el ARES ó el Emule, a la gente de cierta edad (léase yo) de repente nos da por instalarnos en la nostalgia y nos acordamos de ciertos artistas que tiene añísimos que no hemos escuchado. Canciones de las que nos acordamos repentinamente ó éxitos que en su momento no nos hicieron mayor mella pero que ahorita pareciera ‘recordar es volver a vivir’ y ya sea que descargues las canciones de la red ó que corras a la tienda de discos donde te encuentras con verdaderas antologías (a veces a precios muy bajos pero también muy caros) y curioso, compilaciones nuevas de artistas que pensabas habían desaparecido por completo del mapa.
Pero la tecnología es ‘canija’. Y lo que fue nuevo en su momento hoy empieza a parecer obsoleto. Mi Ipod Video es ahora conocido como clásico (parece un tabique) y han aparecido los de 3ª, 4ª ó 5ª generación que son tan delgados como una regla (ultraligeros), pantalla táctil, en llamativos colores y con opciones fabulosas de visualización al operarlos. El que me costó a mi cerca de 5 mil pesos, ahora cuesta cerca de 3 mil y si quieres venderlo, a ver si regalado te lo aceptan.
Y decía que el aparatito es (para mí) el ‘gran desconocido’ pues recién he empezado a indagarle a la parte del video (después de haber 'triunfado' cargando fotografías). Batallé una buena cantidad de horas buscando el software que me permitiera convertir clips de video al formato aceptado por Ipod y para probar cualquier cantidad de programitas que se encuentra uno en la red -para estos efectos- me he empezado a convertir en adepto visitante de la página youtube.com; además ando con el gusanillo de meterle alguna de las películas que tengo por ahí pendientes de ver por si se me ocurre hacer tiempo en aeropuertos ó en la fila de las tortillas. Tampoco sé como igualar el volumen con el que vienen grabados algunos mp3, desconozco qué son los podcasts, cómo subir audiolibros, cómo utilizar semejante memoria para guardar otro tipo de archivos, como enviar a ciertas carpetas, canciones, videos ó fotos y como ajustar tantos comandos que vienen incluídos. Siento que si pudiese identificar el porcentaje en que conozco al juguetito éste, no andaría arriba del 30%.
Así pues, mi economía ha sufrido un atraco en despoblado: mi colección de discos originales se ha incrementado con compilaciones que jamás imaginé: Leonardo Favio, Marisela, Emmanuel, Napoleón y Laura León -por aquello de reírnos- etc; me he familiarizado con términos que antes no conocía: (gadgets, shuffle, nano, mini, touch, etc), mi laptop (me suicido si se le llega a borrar el disco duro) está llena hoy de reliquias - y virus- (‘Mi Viejo’ cantada por Piero ó ‘Words’ con F. R. David) ó incluso videos de la Méndez cuando su nariz no estaba como quedó (gulp!), fotografías familiares del año del caldo y cables y accesorios por todos lados pero sobre todo: mi tiempo invertido en cada uno de estos aspectos: grabar, descargar, ir a comprar y cargar batería; son actividades prácticamente diarias.
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Ayer mi madre me espantó: ¡quiere uno!
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